martes, 25 de octubre de 2011

"Escuchadme, oh, ser vacuo".

“¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Terminó nuestro espantoso viaje,

El navío ha salvado todos los escollos, hemos ganado el premio codiciado,

Ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas, ya el pueblo acude gozoso,

Los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y audaz;

Mas, ¡oh, corazón, corazón, corazón!

¡Oh, las rojas gotas sangrantes!

Ved, mi Capitán en la cubierta

Yace frío y muerto”.

El Maestro.



Vuelvo a escribir después de la tormenta. Un navegante de varias millas sabe que escribir entre vientos huracanados, truenos, rayos y un mar embravecido muchas veces no es lo mejor. Se cambia la historia. El agua se encarga de borrar el trazo hecho con premura. La adrenalina provocada por la situación nos ayuda a enfrentar el tifón, pero probablemente nos presente una visión trastocada de los sucesos. Por eso lo mejor es recapitular en medio de aguas serenas y profundas. Porque un buen navegante nunca deja de pescar y también disfruta de la calma que esta actividad le produce.

Recordar la tormenta en la serenidad no es agradable. El navegante la contempla con el alivio del desafío superado. Pero en su cuerpo, en su barca y su red se pueden apreciar la bravura del tifón. El cuerpo sana. La barca será nuevamente calafateada. Sus velas ondearán otra vez con algún que otro parche. La red hará gala de nuevos remiendos. Pero el navegante no puede olvidar la tormenta. Tampoco DEBE. Cada tormenta le enseña algo nuevo. Enseñanzas que le permitirán afrontar otras tormentas y salir airosos.

No es fácil navegar en el mar de la vida.



Hoy me veo en la necesidad de gritar. De mostrar mi indignación ante la voz que proclama “hay un YO sin un TÚ”. Me rasgo las vestiduras ante la egoísta vivencia de seres condenados a amarse a si mismos en una vorágine circular y repulsiva de auto-adoración. Seres que, por alguna razón, les incomoda la interpelación que produce el reconocer persona al otro. Viviendo vidas dobles en donde bajo sus motivaciones subyace la búsqueda del reconocimiento, del propio bienestar. Oscilando constantemente entre hastío y el dolor. Seres vacuos cuyas existencias han sido arrojadas a la nada. Pero por ellos mismos. Porque TODO nos fue dado. No somos dueños de nada. Ni una uña de nuestro cuerpo nos pertenece.

Si, a vos te digo, ser vacuo, que tanto te gusta oír el sonido de tu propio nombre. ¿Pensaste que en tu nombre no había otra cosa que más de dos o tres inflexiones?

A vos te hablo, ser vacuo. No somos dueños de nada. Pero podemos elegir. Tenemos el enorme poder de la elección. Aquel que nos permite vivir o morir. El que nos puede llevar a la propia destrucción o a la felicidad. Pero, querido ser vacuo, sin el otro no puedo llegar a la felicidad.

¿Cómo se que soy persona sino reconozco al otro? Al llamarlo por su nombre lo estoy reconociendo como ser-que-es y eso me da la certeza de que yo-soy. Mismidad. Te pido por favor, ser vacuo, no le des vuelta la cara al otro. Reconocelo. Senti la intensidad de esa mirada que te pide ayuda, que te pide que te acerques. Pero por favor interpretala bien. Debajo de las máscaras del miedo escondido de cada persona existe una Verdad. Única. Que lleva nombre. Que, aunque no parezca posible, se puede leer como si de un libro se tratara. Ser vacuo, no cometas el error de pensar que una institución, una sociedad civil, o incluso hasta el más pequeño grupo humano está por encima de las personas. Porque estamos tratando con personas. De ellas se trata. Así que, cuando excluís, cuando cuidas con celo “tu espacio”, cuando no interpretas que no puede haber un YO sin un TU, toda buena intención pierde sentido. No construyas un mundo sobre intenciones. Basta de mediocridad. Valoro más al que no se arriesga, que aquel que piensa que se arriesga, pero que en definitiva navega en un mar de mediocridad. Cerca de la orilla. Casi sin darse cuenta. Casi. En el fondo lo sabe. Blanco o negro. Pero elegí. El gris confunde. No sirve. Al Jesús del que hablás probablemente no le guste mucho. Fijate. Solo un hombre. Pero la tenía clara. “Amá a tu prójimo como a ti mismo”. No hay nada más claro, más revelador y más IMPORTANTE que esas palabras. ¿Te parece mal? Bueno, prefiero una cultura pagana pero viva a una cultura evangelizada pero muerta.

No nos conformemos. Nunca es suficiente. “No basta amar…” Siempre se puede más. Eso es lo que nos mantiene en camino. La sensación de que se puede hacer algo más. De que se puede hacer mejor las cosas. Ser vacuo, ¡dejá de serlo! Porque la salvación de las almas no puede esperar. Abrí los ojos, date cuenta de lo que hacés y de lo que no hacés. Pero centrate en el otro. Sólo en él, somos. Existimos. Le damos un sentido a la vida y respondemos la consigna “¿PARA QUÉ CARAJO EXISTO?” La sociedad de hoy somos nosotros, los poetas vivos. Los que tenemos que, entre trazo y trazo, escribir el desenlace de una historia compartida. Es momento de sincerarse, de aceptar la mediocridad circundante y de buscar la manera de salir de ella. La mirada del otro es la que te rescata de esa marea oscura y densa como el alquitrán Aquel que camina sin amor una legua siquiera, camina hacia su propio funeral. Ser vacuo, te lo digo por tu bien. Buscá a Dios donde realmente está. En el otro. Ahí está el verdadero amor. Y la libertad.


“En el rostro de los hombres y mujeres, en mi rostro que refleja el espejo, veo a Dios,

 Encuentro cartas de Dios por las calles, todas ellas firmadas con su nombre,

 Y las dejo en su sitio, pues sé que donde vaya

 Llegarán otras cartas con igual prontitud”.         

Cuando las cosas no salen como querés, ponele a la vida cara de nutria... Y todo vuelve a la normalidad.-