"Hay que ir donde silbaban tu sangre y tu mirada"
Se dice que el precursor del oratorio de Don Bosco fue Don
Cocchi, un sacerdote que se crio en los barrios bajos de Turín. Por eso, años
después, puso su mirada en los jóvenes más desamparados, ociosos y sin
instrucción que vagabundeaban por las calles y las plazas y decidió idear una
propuesta para ellos. En su oratorio, Cocchi proporcionaba encuentros catequísticos
y de oración; y además, aprovechando su condición de gran atleta, organizaba
numerosos juegos deportivos para la diversión de todos los jóvenes que
participaban del oratorio.
Por su parte, Don Bosco fue madurando su propia propuesta
oratoriana hasta llegar a Valdocco. Según nos cuentan no dejaba de ofrecerse
para confesar, dar misa, llevar adelante el catecismo e incluso para enseñar él
mismo, canto, música y diversos oficios. Tampoco faltaba el momento para
compartir la comida ni los juegos que contribuían al espacio festivo. Y sabemos
que Don Bosco ofrecía mucho más que eso. Fue padre, maestro y amigo.
Indudablemente fue un hombre de Dios que se gastó la vida en dar lo que creía
más importante: amor.
Ahora me tomo la molestia de pensar en los oratorios de hoy.
Sabemos que los tiempos han cambiado. Todo es diferente. Como dice una
película, “la violencia de hoy no es la misma que la de ayer, pero,
afortunadamente, nuestro amor es el mismo.” Suena muy simple decir que basta
solo con amar, pero si realmente comprendiéramos la profundidad y el total
significado que encierra la palabra “amar”, es evidente que el mundo sería de
otra manera.
Pienso que es necesario repensar el oratorio desde una clave
donboscana ¿por qué digo esto? En un primer momento, da la sensación que muchas
personas tienen un concepto reduccionista del oratorio actual. Parecería que es
un espacio donde “sólo se juega y se da la merienda”. Es obvio que el oratorio
encierra más que eso. Pero ¿realmente es así? ¿No hemos encasillado al oratorio
dentro de nuestros esquemas escolares para reducirlo a un espacio monótono y
estructurado? ¿Atendemos, realmente, a la juventud a la que Don Bosco y Cocchi
se acercaron? Es decir, a los que hoy en día serían los jóvenes en riesgo,
amenazados por la pobreza, la droga, la violencia y la exclusión social.
No es concebible un oratorio fuera de estos márgenes. Tanto
Cocchi como Bosco tenían algo en común: los destinatarios. Pensar los
destinatarios de esos tiempos es pensar a los pobres de hoy en día. Aquellos
que mueren antes de tiempo. Aquellos que conocen (porque lo sufren en carne
propia) de puños y golpes pero no de bondad y de ternura. Aquellos que no comen
todos los días, y que suelen pasar frio. ¡Aquellos pibes que se mueren bajo las
balas de los narcos ante la mirada cómplice del Estado! (y que, nosotros, somos
cómplices en la medida en que miramos hacia un costado) Y que, para colmo, la
televisión y los diarios utilizan para exhibirlos como primicias de su morbo
informativo. Ahí es cuando temblamos, lloramos, gritamos, no podemos más,
porque se nos va otro pibe, que, paradójicamente, no es “otro”, sino que es un
pibe único en la historia. En ningún punto del entrecruzamiento de las líneas
espacio-tiempo va a coincidir una vida con otra. Y eso es un milagro.
Pienso que es indispensable pensar un oratorio, desde Don
Bosco, con estos destinatarios. Y eso nos lleva a la inevitable confrontación que
surge en nosotros mismos cuando trabajamos en los barrios: ¿Alcanza lo que
estoy haciendo? Cae de maduro que no podemos reducir nuestra acción a unos
pocos juegos, un momento de catequesis y una merienda.
Alguno podría decir que cuando Don Bosco se vio forzado a
escribir un reglamento oratoriano estableció que “el objetivo del Oratorio
festivo es el de entretener a la juventud en los días de fiesta con agradable y
honesta recreación después de haber asistido a las funciones sagradas en la
iglesia”.
Pero es obvio que la cuestión de fondo no está en el buen
uso o no de la palabra “oratorio”, sino que nos interpela desde la misión como
salesianos.
No se trata únicamente de volver a la tierra sagrada de
plazas y barriadas enarbolando la bandera de pobreza cero. Es necesario también
repensar el cómo nos acercamos a los jóvenes y que propuestas tenemos para disminuir
la situación de riesgo en la que se hallan. Implica abrir la mirada y caminar
al encuentro del otro, ir donde la verdad
grita y donde ser joven es peligroso. Significa aprender a trabajar en red con
las distintas instituciones barriales de esta sociedad pluricultural y diversa.
Se trata de también de convertirse en misionero y visitar casas, familias y
dolores ancestrales. Estamos hablando de comprometerse social y políticamente (lo
que no implica adherir a un partido político) para tratar de lograr cambios
consistentes y duraderos. Poco a poco vamos tomando conciencia de esto y hemos
empezado a vivir una historia de encarnación.
Repensar el oratorio y la misión, es comenzar a intuir que la
historia se juega en nuestras calles. Y es algo inevitable y primordial que
debemos hacer. Nosotros mismos hemos construido el camino para que se piense
que el oratorio, hoy en día, no se compromete de fondo con nuestra realidad
social. Es tarea nuestra, entonces, repensarnos, poner manos a la obrar y mirar
desde los ojos de Jesús y de Don Bosco, porque, como dijo Meana, “tu mirada de
santo no está llena de nubes Juan Bosco, santo callejero, sino de rostros de
hijos queridos y de fatigas, de amor y caminos.”