"Mi extenso corazón es una ofrenda que pierde sangre en esta calle cruda."
Este año mi vida osciló entre los dos extremos de un péndulo muy particular. Entre el olvido y el recuerdo. Pero me refiero al olvido de cosas esenciales. Aquellas que son tan simples, que se encuentran tan a la vista, que no somos capaces de distinguirlas con facilidad. Esas cosas que al recordarlas repentinamente nos damos cuenta que se nos pasa la vida mientras perdemos la oportunidad de ser protagonistas de nuestra propia historia.
Vivir la vida intensamente implica reconocernos como forjadores de nuestro camino. Ciertamente hay muchas personas que nos ayudan a señalizar el camino, a delimitarlo, a hacerlo transitable y a transitarlo. Pero somos nosotros quienes decidimos si ponemos en movimiento nuestra propia historia o simplemente contemplamos como se convierte en un relato impersonal.
El olvido nos indica que, previamente, hubo una noción. Algo que sabíamos, que conocíamos y que por determinadas circunstancias dejó de formar parte de nuestro espectro emocional. Y el recuerdo es, muchas veces, el reencuentro con uno mismo y con los demás, el alejamiento del anónimato; el arrojo conciente al protagonismo de la propia historia, de la propia vida.
Considero a la historia como algo esencial. Por eso la nombro con insistencia. Interpretándola es que la vida puede pasar a ser existencia. Es decir, tener un propósito; no solamente ser, sino estar; ocupar un espacio con una finalidad. Finalidad que se configura y se determina a través del encuentro fraterno con el otro. Historia, olvido y recuerdo se cruzan en el reconocimiento y en el encuentro con el otro.
Confieso que he olvidado, que olvido y que, seguramente, seguiré olvidando. Mientras más intento poner atención en las cosas simples, más de vista las pierdo.
Es gracias a los demás que puedo recordar y, por ende, seguir protagonizando mi historia.
A lo largo del año hubo muchas situaciones que me ayudaron a recordar, a recuperar la memoria...
Fue cuando vi la dedicación, el esfuerzo y la alegría que expresaban y demostraban mis colegas cuando recordé que educar es una vocación; es cosa del corazón.
Fue cuando, a mediados de Julio, trabajé codo a codo y por largas horas con mis coanimadores y hermanos de la vida cuando recordé que hay algo que nos hermana incluso hasta después de la muerte: la encarnación del Evangelio.
Y cada vez que pisaba barro, que reía y lloraba compartiendo la vida en Ludueña, recordaba que hay una Escuela de la Vida y que no me alcanzarán los años para aprender. Y también recordaba que el Reino es una realidad que exige la restauración de la justicia social.
En otra ocasión, recibí un regalo totalmente inesperado en mi cumpleaños. Se me rompieron los esquemas y recordé lo acertado que estuvo el viejo cuando dijo que no basta con amar, sino que es necesario que se den cuenta que se los ama. Y recordé que amo intensamente.
Fue un viernes a la tarde que me recibieron con los brazos abiertos que recordé que cuando una puerta se cierra, otra se abre.
Otro día recibí un abrazo y recordé que no hacen faltas palabras para hablar el lenguaje del corazón.
Escuché expresiones que me hicieron recordar que las palabras si pueden cambiar el mundo.
Cuando lloré en la despedida de un hermano pude recordar que viví y compartí intensamente la vida con él. Y recordé a muchos otros.
En Febrero recibí una sorpresa que de pronto me hizo recordar que hay gente que ama profundamente. Y me sentí amado.
Fue cuando un profesor me demostró que se puede ser profundamente intelectual y completamente pedagógico cuando recordé lo que implica mi vocación.
En el día de mi cumpleaños, al ver donde me encontraba celebrándolo, entre quiénes estaba festejando, y las sorpresas que recibí, fue que recordé que cosechamos lo que sembramos. Y no pude hacer otra cosa más que agradecer.
Y cuando escuché a un cura, en Ludueña, decir "ni una muerte más de uno de nuestros jóvenes" recordé que muchas veces hay vidas en nuestras manos. Y me pregunté si podía con semejante responsabilidad.
He recordado muchas cosas. Y al recordar me di cuenta de lo fantástico de la vida; sus infinitas posibilidades, sus acontecimientos extraordinarios. Sucesos que nos enfrentan a lo que somos, y que nos configuran como seres capaces de... todo. Llorar, reír, gritar, saltar, amar, destruir, crear... Y la lista sigue. ¡Nuestra potencialidad es infinita! Podemos destruir una vida, podemos salvarla, podemos soñar... Podemos... Lo que sea... En la medida que asumamos el protagonismo de nuestra propia vida.
Por eso me di cuenta que olvidar no es malo... El olvido antecede al recuerdo, es lo que nos pone en una situación dinámica que nos lleva a tomar el timón de nuesta vida.
Ah.. Un día recordé que podía recordar. Y me puse en movimiento.
"Yo sé que el corazón que está latiendo en cada uno es una senda pedregosa."