miércoles, 17 de abril de 2013

"El Eslabón Perdido I"

"Yo no soy el otro, pero no puedo ser sin el otro".

- Perdón. Buenos días ¿Puedo hacerle una pregunta? - La voz interrumpió los pensamientos del anciano que caminaba a paso sereno por la vereda. Antes de dedicarle una atenta mirada, acomodó con la mano derecha sus anteojos de grueso marco, ya que en la izquierda sostenía un mate gastado, al igual que el termo que guardaba bajo el brazo.

- Lo escucho, joven. Hagame dos preguntas, por ser usted - contestó el viejo amablemente.


El muchacho no pudo evitar sonreír por la respuesta recibida y se sorprendió ante el humor de su interlocutor, cuya figura no inspiraba precisamente una grata imagen. La barba completamente blanca le poblaba el rostro uniéndose con el abundante cabello ondulado del mismo color. Sus ojos claros y penetrantes hablaban de la sabiduría ganada por los años.


- Es que quiero saber si estoy en el lugar indicado - le dijo el joven con la inquietud del que quiere recibir una respuesta pero al mismo tiempo le da temor escucharla.


- Eso depende de cuales sean sus intenciones. Aunque a juzgar por su aspecto y por lo que dicen sus ojos, ya se que es lo que pretende usted - respondió el viejo serenamente, observando penetrantemente al muchacho.


El joven casi se larga a reír a carcajadas al oír la respuesta. Se dijo a si mismo que probablemente estaría frente a esos ancianos que creen tener todas las respuestas. Aunque por otro lado, lo invadió la curiosidad.


- ¿Mis ojos? ¡Je! ¿Y que dicen mis ojos si se puede saber? - inquirió sonriendo.


- Tus ojos hablan de todo un poco. Principalmente hablan de una historia. Bueno, toda mirada nos habla de una historia, pero la suya de una particular. De algo que fue y de algo que puede llegar a ser pero que no está seguro si será, aunque lo desea fuertemente.


El muchacho pensó que definitivamente la conversación se había vuelto demasiado extraña y hasta se preguntó si el viejo no estaría borracho o si el agua del mate no tendría algo raro. Aunque... lo que dijo no estaba lejos de la verdad. Lo que lo motivó a seguir hablando fue, nuevamente, la curiosidad.


- ¿Cómo puede usted leer eso en la mirada de alguien que acaba de conocer? ¿No estará exagerando? - le preguntó burlonamente.


El viejo le sonrió.


- Las miradas nos hablan de la verdad. Y más cuando se espera oír aquello que se desea. Y usted espera oír que acá va a encontrar el Eslabón Perdido.


Ahora si el joven quedó petrificado y sin palabra. ¿Como era posible que aquel hombre conociera sus intenciones más íntimas? ¿No era acaso la búsqueda del Eslabón Perdido algo de lo que unos pocos elegidos tenían conocimiento? Y para colmo estos pocos buscadores tenían escasa información acerca de lo que buscaban. No sabían lo que era, ni donde se podía hallar, ni la recompensa que traería el descubrirlo. Únicamente sabían que era un gran bien perdido para el hombre. Un bien que lograba el entroncamiento de la historia: que aquello que fue, que es y que será quede atravesado y unido por la acción del Eslabón Perdido. La pieza faltante de la cadena humana. El factor esencial que salvaría al hombre postmoderno del auto-arrojo a la nada existencial.


- ¿Como es posible que sepa del Eslabón? ¿Sabe lo que es? ¿Donde está? - El joven estaba desesperado y atacaba con preguntas al anciano de manera frenética. Tres años de búsqueda intensa podían llegar a su fin esa misma tarde en aquel barrio perdido. La emoción que sentía hizo que aferrara con fuerzas las tiras de la mochila que llevaba a la espalda, recipiente de sus escasas pertenencias.


El viejo le sonrió, destapó el termo y comenzó a cebar mate con la parsimonia propia de la edad. Se cuidaba de no derramar agua luchando contra su pulso, que ya no es lo que solía ser. Una vez que hubo terminado extendió la mano ofreciéndole el mate mientras hablaba.


- Se lo que es el Eslabón Perdido y le puedo decir que acá lo puede encontrar. ¿Mate?


El joven desbordaba de emoción por el descubrimiento. Se acabarían los años de caminatas a la intemperie, soportando el frío y el calor, el hambre, los robos, el maltrato, la indiferencia. Por fin había llegado a su destino.


- Bueno ¿Y qué es entonces? ¡Digame! - le respondió impacientemente ignorando el mate que le ofrecía el viejo.


- Descubrirlo, mi amigo, es tarea suya - le sonrió el anciano mientras se llevaba el mate a la boca y el joven lo miraba como si todo el peso del mundo cayera sobre sus hombros.


- Somos como los pájaros en la trampa. Desfallecientes, gemimos por volar. Hasta que la trampa se rompe y escapamos. Volamos hacia la libertad - le explicó seriamente el anciano. Yo no puedo romper su trampa. Debe hacerlo usted sólo. Y por cierto, si quiere romper la trampa, comience a tomar mate.


Continuará.