domingo, 8 de abril de 2012

"La Escuela de la Vida..."

Escuchando “Cinco Siglos Igual” de León Gieco. América, tierra despreciada y oprimida.

Mi idea era dedicarte algunas líneas… Expresar lo que siento, lo que pienso… Decirte muchas cosas que sé que no vas a leer nunca. Probablemente tampoco te interese mucho. Y sinceramente, tampoco yo sé si me importa que las leas… ¡Teniendo en cuenta todo esto, no voy a escribirte nada y voy a hablar de cosas mucho más importantes! Otro ejemplo de que la vida es tan simple que la complicamos a propósito… Ja!.-



Rosario. Abril de 2007. El 129 se detiene en la esquina. Junín y Camilo Aldao. Barrio Ludueña. Una persona desciende esperando encontrar a alguien que lo haría esperar varios minutos. Sin saber que hacer aguarda pacientemente en la vereda. Al cabo de cierto tiempo recibe un llamado. Tendría que desandar las dos cuadras que lo separaban de su destino. Ahora que disponía de las indicaciones apropiadas para dar con el lugar caminaba con seguridad. Como en cualquier barrio, los pibes jugaban en la vereda con soltura. La pelota rebotaba de un lado hacia el otro despertando sonrisas en los participantes del juego. La mañana se presentaba agradable bajo un sol radiante. Gente sentada en la vereda cerca de las puertas de sus casas, tomaba mate y acudía al espectáculo. Paradójicamente, eran espectadores de lujo pero no demostraban demasiado interés en el juego de los más chicos. El joven observaba todo esto mientras desandaba los últimos pasos hacia su objetivo, desconocedor de las heridas de Ludueña, barrio sufrido y entrañable. A mitad de cuadra se encontraba la pequeña capilla de Santa Rita. Ornamentada con objetos de fundición, muestra fehaciente del anterior uso dado a la estructura, era el sitio que albergaba a todos aquellos que deseaban prepararse para la comunión. Y desde ese día, en el encuentro semanal con los chicos desde la catequesis y el Oratorio, la escuela de la vida daba inicio.

Rosario. Sábado 7 de Abril de 2012. Barrio Ludueña. Plaza José Mármol. Conocida popularmente con el nombre de Plaza Pocho Lepratti. El mismo joven de años atrás se encuentra conmocionado por la imagen. Más de cien pibes del barrio comparten una tarde de juegos y, principalmente, de vida. De la vida que a diario ven interrumpida por la violencia, la droga, el alcoholismo, el robo. Las cruces que hoy en día mucha gente, no sólo de Rosario y de Argentina, sino de toda Latinoamérica debe cargar a cuestas en respuesta a un sistema económico opresor. También, en parte, por una sociedad que no toma consciencia ante los arrebatos de los que están en el poder y de esta manera permite la crucifixión de tantos pibes, de tantas personas.

Continúa la tarde. Los chicos juegan con alegría, con libertad, disfrutando cada momento. Vendría el momento de la merienda, que no comenzaría sin antes presenciar una representación teatral a cargo de los animadores. El mensaje central, por supuesto, era la resurrección de Jesús. A la fiesta ya no le faltaba nada más, solamente continuar con los juegos que los chicos mismos pedían.

Porque en los contextos de pobreza el niño no juega. Sale a cirujear en el carro, trabaja como albañil, deambula por las calles pidiendo monedas. Porque el salvajismo y la violencia de la vía deshumaniza y les muestra la cara de la opresión, de la exclusión, de la no-vida. “Andá… Ustedes son zurdos que promueven el asistencialismo” se escucha por ahí (lo puse en palabras más suaves) Ni de derecha ni de izquierda, somos los de abajo, y vamos a empujar. La sociedad tiene que generar consciencia de que, lo que muchos disfrutan, a veces es a cuestas de otros.

Los chicos juegan, la gente mira. “¿Hacen esto todos los sábados?” aventura un vecino. También hay sacerdotes salesianos contemplando la escena. Son varios los que muestran un entusiasmo juvenil y se suman a las distintas actividades como un chico más. Bien saben que el oratorio representa, aunque sea,  tres horas de oasis en el desierto un día a la semana. Pero… ¿Cuántas vidas habrá salvado? ¿Cuánto sentido le habrá dado al sufrimiento?

Sólo Dios lo sabe. Porque como supo decir Oscar Romero, “somos profetas de un futuro que no es nuestro. Albañiles y no jefes de obra”. A pesar de esto, hay que ser consciente que no es lo mismo ver como se vive a medio metro de la vía, que vivir a medio metro de la vía y tener que coexistir a diario con tanto dolor. “Ellos son héroes de la vida” supo decir una maestra que consagró 33 años de trabajo con los más pobres.
El Oratorio es un ámbito de contención que debe promover mucho más que un momento de juego y de merienda, sino también una clara transformación social que encuentra sentido cuando se trabaja con el pobre y desde el pobre. Saber reconocer a los chicos que son víctimas del abuso sexual y de la violencia, trabajar en conjunto con la escuela y con el centro de salud son algunas de las tareas de las que debe ocuparse para cumplir su cometido enteramente. El Oratorio es un espacio que, ante todo, incluye socialmente. Un lugar de educación en valores  y en hábitos. Que se compromete con la vida de las personas.

El juego terminaba, cada Oratorio volvía a su espacio. En el aire se palpaba una alegría inmensa, unas ganas de vivir impresionantes. Y volvimos a caminar sobre la vía. Esta vez distinto a la ida. Los chicos cantaban, saltaban y gritaban alegremente. Transitaban sobre los rieles con la frente en alto. En ese clima de apertura, unos pocos oratorianos, por lo general tímidos y callados, se animaron a hacerle alguna que otra confidencia a los animadores. Se abrieron.  Demostraron que la cáscara de violencia, odio, desprecio es una mera fachada que deben armar para sobrevivir en un contexto como ese. El día se iba, los últimos vestigios de luz no eran percibidos ante la expectativa de recibir un huevo de pascua provisto por gente que acepta aliviar un poquito la cruz de los chicos. Es imposible que no acudan a la mente los recuerdos del día anterior. Donde el oratorio, junto a algunas mamás del barrio, realizó el Vía Crucis por la vía. Tan significativo, lleno de sentido…  Y tan transformador. En cada estación la cruz es convertida. Hay una vuelta de tuerca más a la exclusión, a la violencia, y los chicos lo entienden y lo expresan en gestos sencillos. Hay un compromiso de predicar esa cruz para que no haya más crucifixiones.

El día termina. Sumido en sus cavilaciones, el joven se da cuenta de que, poco a poco, el Oratorio está transformando el barrio. Los chicos esperan con ansias el sábado, preguntan por los que ya no están o por lo que ese día no pudieron ir. Hay un cambio significativo en el trato, en la actitud y en las acciones de los chicos. Realmente es posible que en medio de la mayor de las violencias, que es la pobreza, se pueda hacer un camino de santidad y de liberación. Desandando las últimas calles hacia la avenida, la mente se puebla de interrogantes, de pensamientos y de optimismo, pero también de impotencia. A unos metros la capilla de Santa Rita se hace visible y el joven, curiosamente, recuerda el día que llegó al barrio ya hace 5 años. No se imaginaba que una serie de eventos causales lo iban a ubicar en el Oratorio de  la comunidad de Luján. Y la escuela de la vida sigue dando cátedra en Ludueña.  


“La mayor violencia es la pobreza”.-