“Al que muere entregando la vida no se le puede llamar
muerto”.
Basta. Ya está. Desde una primera instancia hay hechos que
son inaceptables. Inadmisibles. Que no deberían caber en el espectro de
posibilidades humanas. Pero tenemos la costumbre de extender los límites. Pareciera
que lo inconcebible debe ser concebible en una sociedad que se acostumbra a la
violencia, a la mentira, a la tristeza, a la injusticia… A la muerte.
“Ando calzado. Estoy saliendo a robar”. Mi mirada se pierde
en el pibe de 12 años que después de decirme eso me da la espalda y camina por
la vía. Estamos acostumbrados ¿no?
“No podía mantenerse en pie de lo drogado que estaba”. Con 10 años comenzó a destruirse de a poco la
vida. Estamos acostumbrados ¿no?
Una pelea entre bandas. Se nos va otro pibe. Con 17 años,
toda una vida por delante. Entre la violencia y la inseguridad la muerte nos
sonríe. Estamos acostumbrados ¿no?
Acostumbrados y un carajo. Basta. No nos podemos acostumbrar
a la muerte. El día que eso pase renuncio a mi vocación y me voy a vivir a la
montaña.
Basta de muerte. Basta de gobiernos corruptos que transan
con los narcos mientras comercializan la vida de nuestros pibes. Basta de
policías que negocian la distribución de la droga con billetes manchados de
sangre. Basta de verdades calladas y mentiras gritadas a viva voz.
No es posible cruzarse de brazos. No mientras la ciudad se
convierte en un México o en una Colombia. No es posible quedarse quietos cuando
vemos como las personas se nos van entre la violencia y las adicciones. No es
concebible. No es siquiera imaginable.
Ponernos en movimiento implica hacer una lectura a
conciencia de lo que está sucediendo. Hay que actuar. Podemos hacer lo que esté
a nuestro alcance. Y, paradójicamente, lo que está a nuestro alcance es aquello
que nosotros queremos que esté a nuestro alcance. Conocedores de las
consecuencias y de los riesgos, es indispensable que estemos en movimiento.
Pensando constantemente. Ideando estrategias para ganarle la pulseada a la
muerte. Si no lo hacemos nosotros nadie más lo va a hacer. Ya no podemos
esperar que alguien o algo venga a solucionarnos problemas que hace años que
nos acosan y que cada día sufrimos con más fuerza.
¿Como es posible que, como dijo el Ministro de Seguridad, no
haya en la zona centros de rehabilitación para drogadictos? Rosario ya es una
ciudad narco. Tenemos barrios que están metidos hasta el cuello en la droga y
otros que van camino a eso. Si esto no se puede solucionar de raíz, al menos se
puede prevenir y disminuir los daños.
Lo único que no se negocia es la vida. Y hace tiempo que se
viene transando con ella. Por eso la necesidad de decir “basta”. Con la vida no
se juega.
La única forma de luchar contra esto es trabajando en red. Uniendo
fuerzas y uniendo manos. Si seguimos cada uno en lo nuestro vamos a seguir
nadando en un mar de pescadores que echan las cañas por su cuenta y que no
tienen la inteligencia de construir un medio-mundo entre todos para pescar
mejor.
Hay riesgos. Siempre los hubo y ya están asumidos. Si nos
van a matar, que sea cubiertos de barro. Pero quedarnos con los brazos cruzados
significaría ensuciarnos las manos de la sangre que odiamos ver perder. Un compromiso nos compele a actuar. Y no sólo un compromiso, sino una fuerza extraordinaria que es imposible ignorar, ya que nos hermana a todos: el Reino.
Poner el corazón y las manos a obrar va a ser el grito que vociferemos como estandarte: Ni una muerte más.