sábado, 28 de diciembre de 2013

"Donde la verdad grita..."

"Hay que ir donde silbaban tu sangre y tu mirada"

Se dice que el precursor del oratorio de Don Bosco fue Don Cocchi, un sacerdote que se crio en los barrios bajos de Turín. Por eso, años después, puso su mirada en los jóvenes más desamparados, ociosos y sin instrucción que vagabundeaban por las calles y las plazas y decidió idear una propuesta para ellos. En su oratorio, Cocchi proporcionaba encuentros catequísticos y de oración; y además, aprovechando su condición de gran atleta, organizaba numerosos juegos deportivos para la diversión de todos los jóvenes que participaban del oratorio.

Por su parte, Don Bosco fue madurando su propia propuesta oratoriana hasta llegar a Valdocco. Según nos cuentan no dejaba de ofrecerse para confesar, dar misa, llevar adelante el catecismo e incluso para enseñar él mismo, canto, música y diversos oficios. Tampoco faltaba el momento para compartir la comida ni los juegos que contribuían al espacio festivo. Y sabemos que Don Bosco ofrecía mucho más que eso. Fue padre, maestro y amigo. Indudablemente fue un hombre de Dios que se gastó la vida en dar lo que creía más importante: amor.

Ahora me tomo la molestia de pensar en los oratorios de hoy. Sabemos que los tiempos han cambiado. Todo es diferente. Como dice una película, “la violencia de hoy no es la misma que la de ayer, pero, afortunadamente, nuestro amor es el mismo.” Suena muy simple decir que basta solo con amar, pero si realmente comprendiéramos la profundidad y el total significado que encierra la palabra “amar”, es evidente que el mundo sería de otra manera.

Pienso que es necesario repensar el oratorio desde una clave donboscana ¿por qué digo esto? En un primer momento, da la sensación que muchas personas tienen un concepto reduccionista del oratorio actual. Parecería que es un espacio donde “sólo se juega y se da la merienda”. Es obvio que el oratorio encierra más que eso. Pero ¿realmente es así? ¿No hemos encasillado al oratorio dentro de nuestros esquemas escolares para reducirlo a un espacio monótono y estructurado? ¿Atendemos, realmente, a la juventud a la que Don Bosco y Cocchi se acercaron? Es decir, a los que hoy en día serían los jóvenes en riesgo, amenazados por la pobreza, la droga, la violencia y la exclusión social.  

No es concebible un oratorio fuera de estos márgenes. Tanto Cocchi como Bosco tenían algo en común: los destinatarios. Pensar los destinatarios de esos tiempos es pensar a los pobres de hoy en día. Aquellos que mueren antes de tiempo. Aquellos que conocen (porque lo sufren en carne propia) de puños y golpes pero no de bondad y de ternura. Aquellos que no comen todos los días, y que suelen pasar frio. ¡Aquellos pibes que se mueren bajo las balas de los narcos ante la mirada cómplice del Estado! (y que, nosotros, somos cómplices en la medida en que miramos hacia un costado) Y que, para colmo, la televisión y los diarios utilizan para exhibirlos como primicias de su morbo informativo. Ahí es cuando temblamos, lloramos, gritamos, no podemos más, porque se nos va otro pibe, que, paradójicamente, no es “otro”, sino que es un pibe único en la historia. En ningún punto del entrecruzamiento de las líneas espacio-tiempo va a coincidir una vida con otra. Y eso es un milagro.

Pienso que es indispensable pensar un oratorio, desde Don Bosco, con estos destinatarios. Y eso nos lleva a la inevitable confrontación que surge en nosotros mismos cuando trabajamos en los barrios: ¿Alcanza lo que estoy haciendo? Cae de maduro que no podemos reducir nuestra acción a unos pocos juegos, un momento de catequesis y una merienda.

Alguno podría decir que cuando Don Bosco se vio forzado a escribir un reglamento oratoriano estableció que “el objetivo del Oratorio festivo es el de entretener a la juventud en los días de fiesta con agradable y honesta recreación después de haber asistido a las funciones sagradas en la iglesia”.

Pero es obvio que la cuestión de fondo no está en el buen uso o no de la palabra “oratorio”, sino que nos interpela desde la misión como salesianos.

No se trata únicamente de volver a la tierra sagrada de plazas y barriadas enarbolando la bandera de pobreza cero. Es necesario también repensar el cómo nos acercamos a los jóvenes y que propuestas tenemos para disminuir la situación de riesgo en la que se hallan. Implica abrir la mirada y caminar al encuentro del otro,  ir donde la verdad grita y donde ser joven es peligroso. Significa aprender a trabajar en red con las distintas instituciones barriales de esta sociedad pluricultural y diversa. Se trata de también de convertirse en misionero y visitar casas, familias y dolores ancestrales. Estamos hablando de comprometerse social y políticamente (lo que no implica adherir a un partido político) para tratar de lograr cambios consistentes y duraderos. Poco a poco vamos tomando conciencia de esto y hemos empezado a vivir una historia de encarnación.


Repensar el oratorio y la misión, es comenzar a intuir que la historia se juega en nuestras calles. Y es algo inevitable y primordial que debemos hacer. Nosotros mismos hemos construido el camino para que se piense que el oratorio, hoy en día, no se compromete de fondo con nuestra realidad social. Es tarea nuestra, entonces, repensarnos, poner manos a la obrar y mirar desde los ojos de Jesús y de Don Bosco, porque, como dijo Meana, “tu mirada de santo no está llena de nubes Juan Bosco, santo callejero, sino de rostros de hijos queridos y de fatigas, de amor y caminos.”


lunes, 16 de diciembre de 2013

"Y lo reconocieron..."

Atardecía. Los últimos rayos de sol se filtraban por la puerta entreabierta del precario rancho. Josecito sólo tenía ojos para el libro que le habían regalado en la escuela el día anterior. Estaba tan distraído que ni se dio cuenta que uno de los gallos había entrado distraídamente, como quien no quiere la cosa, dentro de la vivienda. Abrió el libro en una página al azar y comenzó a leer pausadamente  mientras su papá entraba en el rancho y espantaba al gallo.

Era un relato un tanto corto e intrigante. Josecito estaba totalmente concentrado en la historia, le parecía fascinante. Al parecer se trataba de la historia de dos personas que caminaban tristemente de regreso a su casa y azarosamente (Josecito luego empezó a sospechar que el azar nada tuvo que ver) se encontraron con un hombre que empezó a caminar con ellos, escuchando su desazón ante la muerte de quien parecía una gran persona que ayudó a mucha gente. Desandaron el largo camino hacia su casa y una vez que llegaron, invitaron a su nuevo compañero de viaje a comer y a pasar la noche. Josecito pensó que era una actitud un tanto imprudente ¿invitar a alguien que conociste hace un par de horas a pasar la noche en tu casa? No, señor. Hacer eso en su barrio era una locura. Siguió leyendo. Los personajes se sentaron a comer y cuando el invitado tomó el pan… Josecito entornó los ojos para poder leer mejor pero aquella parte del libro estaba mal impresa. No podía distinguirlo con claridad.
Notablemente molesto llamó a su papá.

-          ¡Paaá! Vení… - lo llamó acongojado.

      - ¿Qué pasa Pepe? – le preguntó este mientras terminaba de secarse las manos.

-          Mirá, acá hay algo que no entiendo ¿qué dice?

El papá tomó el libro que le ofrecía Josecito. Antes de intentar leer las líneas se fijó en la tapa para ver de qué se trataba.

-          No sé, está mal impreso, fíjate. Lo único que llego a leer dice “y lo reconocieron…” y ahí se pone todo borroso. La verdad que ni idea.

Josecito tomó el libro y releyó la frase. “Y lo reconocieron…” Se quedó pensando un rato largo mientras miraba hacia afuera. Contemplaba la tierra de su pequeño patio, los ranchos vecinos y algún que otro personaje que caminaba por las calles. Luego fue a buscar un lápiz y garabateó rápidamente unas palabras, las miró satisfecho y sonriendo dejó el libro abierto arriba de la silla.


El padre, curioso, había asistido a la escena con la intriga a flor de piel. Se acercó donde estaba el libro para leer la frase completada por su hijo: “y lo reconocieron al pisar el barro”. 


jueves, 30 de mayo de 2013

"El Eslabón Perdido - Prólogo"

"La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante".

La noche se cernía fría e implacable sobre el barrio. Un perro rompía el silencio con sus ásperos ladridos en alguna calle perdida mientras la brisa invernal, protagonista excluyente, era la responsable de que bolsas, papeles y hojas de árboles danzaran al compás caprichoso de su intención.

El silencio llenaba los oídos del muchacho que se encontraba arropado hasta la nariz en su cama, esperando que llegara un nuevo día de trabajo. Otro día de encuentro con los demás.


Desvelo. Su mirada se perdía impasible en la nada mientras recordaba tiempos pasados, que paradójicamente, regresaban en el día a día con toda la intensidad de lo vivido. 


Pero ya no era la duda lo que no lo dejaba dormir. Ya no era esa incertidumbre producto de la búsqueda desorientada a la que se vió sometido por años. Ahora era la impaciencia. La sensación de que queda tanto por hacer y que ni una vida entera ni todo el tiempo del mundo bastaría para llevar a cabo aquello que le era esencial.


Se revolvió inquieto entre las sábanas. El día anterior había ayudado a José a cavar para poder poner los postes donde iría el alambrado. También colaboró en la venta de pastelitos de Doña Lucía que estaba juntando plata para visitar a su familia que vivía en otra provincia.


Y le quedaron varias cosas en la lista. Tuvo que interrumpir su trabajo porque había quedado en juntarse con Jorge en la carpintería. Aquella carpintería era para él como una escuela de la vida. Fue allí donde Jorge le enseñó lo esencial. Donde comprendió que el Mundo comienza desde los primeros gestos humanos: la mirada y la palabra. Y que estos gestos sirven a un primer principio movilizador del Mundo: la compasión.


El tic-tac del reloj llenaba la habitación. En plena oscuridad el joven seguía meditando sobre el pasado, el presente y el futuro; sobre lo que fue, lo que es y lo que será. Desvelo. Lo era todo en ese momento.


La compasión fue el principio de actuación que lo llevó a involucrarse con la gente. Fue la responsable de que llorara, riera, trabajara, compartiera y viviera con tantas personas que no eran más que desconocidos de un recóndito lugar que estaba de paso. Un lugar que al juzgar por las apariencias era el templo de los desesperados, de los olvidados; de aquellos a quienes la vida les ha jugado una mala pasada porque los dados no salieron ganadores.


¿Como iba a imaginarse el joven que era un lugar con una historia de lucha en contra de la no-vida? ¿Como iba siquiera a pensar que el pueblo profesaba una profunda fe que animaba a levantarse y afrontar cada nuevo día como si fuera el día de la redención? Tampoco se planteaba que aquella gente en su sencillo y humilde testimonio profesaba el absoluto repudio al hombre postmoderno autoarrojado a la nada.


Silencio. Silencio y desvelo. Ya no era el insomnio del cuestionamiento absurdo acerca de la posibilidad de encontrarse con riquezas y gloria personal. Ya no eran las tribulaciones de un tonto rey imaginario. Era el desvelo de la furia, de la impasividad ante el silencio. Porque es justo y necesario que haya verdades que sean gritadas a viva voz. Es necesario, a veces, un grito piquetero de anuncio y denuncia. Y es imperioso, siempre, rebelarse ante la injusticia, de manera coordinada y encausada en un movimiento de liberación.


A esa altura de la noche el joven ya había comprendido que intentar dormir sería inútil. Encendió la hornalla donde la pava esperaba ser abrazada por las llamas. Mientras preparaba el mate traía a su memoria rostros, nombres, anécdotas. Traía vida.


Comenzó a garabatear en una hoja las actividades del día mientras tomaba lentamente el mate con el agua casi hervida, como le gustaba a Jorge. Se topó con algunas anotaciones de otras noches. Anécdotas transcriptas para ayudar a la memoria y también al corazón. Recordó particularmente una historia acerca de la mirada. De como unos chicos se habían sorprendido ante el saludo y la mirada que les había dirigido una tarde, cuando pasaba por el cruce y ellos se encontraban matando el tiempo, enfrascados en actividades que poco bien les hacían.


- Gracias por el saludo - fue el comentario que recibió luego, cuando se volvió a cruzar con uno de los chicos que allí estaba.


Hay miradas que son serenas, que dan paz; que son como una caricia al alma; que iluminan hasta la oscuridad más densa. Hay miradas que derriban muros sociales llenos de prejuicios y que, al lograr esto, dan paso a aquellas miradas que captan el sufrimiento, la soledad, el desconcierto o el abandono que sufren muchos y muchas.


No faltaba mucho para el amanecer. Para él ya había comenzado el día, con todo lo que aquello significaba. Un gorrión aterrizó en la ventana. Observaba inocentemente con sus pequeños ojos curiosos hacia el interior de la casa. El joven lo miró y sintió que recordaba algo especial. Un encuentro fundamental para su vida que marcaría el comienzo de un aprendizaje que cargaba un vagaje ancestral. Un aprendizaje en un lugar que no se cansa de trabajar, desde el silencio y la ignominia, por no caer en las garras del propio olvido.


De un lugar donde las luchas que se viven son aleccionadoras para el alma. Porque en cada una de esas luchas renace otra más profunda: la de volver a creer en esa fe que ya se estaba esfumando para siempre en cientos de noches de desvelo.



miércoles, 17 de abril de 2013

"El Eslabón Perdido I"

"Yo no soy el otro, pero no puedo ser sin el otro".

- Perdón. Buenos días ¿Puedo hacerle una pregunta? - La voz interrumpió los pensamientos del anciano que caminaba a paso sereno por la vereda. Antes de dedicarle una atenta mirada, acomodó con la mano derecha sus anteojos de grueso marco, ya que en la izquierda sostenía un mate gastado, al igual que el termo que guardaba bajo el brazo.

- Lo escucho, joven. Hagame dos preguntas, por ser usted - contestó el viejo amablemente.


El muchacho no pudo evitar sonreír por la respuesta recibida y se sorprendió ante el humor de su interlocutor, cuya figura no inspiraba precisamente una grata imagen. La barba completamente blanca le poblaba el rostro uniéndose con el abundante cabello ondulado del mismo color. Sus ojos claros y penetrantes hablaban de la sabiduría ganada por los años.


- Es que quiero saber si estoy en el lugar indicado - le dijo el joven con la inquietud del que quiere recibir una respuesta pero al mismo tiempo le da temor escucharla.


- Eso depende de cuales sean sus intenciones. Aunque a juzgar por su aspecto y por lo que dicen sus ojos, ya se que es lo que pretende usted - respondió el viejo serenamente, observando penetrantemente al muchacho.


El joven casi se larga a reír a carcajadas al oír la respuesta. Se dijo a si mismo que probablemente estaría frente a esos ancianos que creen tener todas las respuestas. Aunque por otro lado, lo invadió la curiosidad.


- ¿Mis ojos? ¡Je! ¿Y que dicen mis ojos si se puede saber? - inquirió sonriendo.


- Tus ojos hablan de todo un poco. Principalmente hablan de una historia. Bueno, toda mirada nos habla de una historia, pero la suya de una particular. De algo que fue y de algo que puede llegar a ser pero que no está seguro si será, aunque lo desea fuertemente.


El muchacho pensó que definitivamente la conversación se había vuelto demasiado extraña y hasta se preguntó si el viejo no estaría borracho o si el agua del mate no tendría algo raro. Aunque... lo que dijo no estaba lejos de la verdad. Lo que lo motivó a seguir hablando fue, nuevamente, la curiosidad.


- ¿Cómo puede usted leer eso en la mirada de alguien que acaba de conocer? ¿No estará exagerando? - le preguntó burlonamente.


El viejo le sonrió.


- Las miradas nos hablan de la verdad. Y más cuando se espera oír aquello que se desea. Y usted espera oír que acá va a encontrar el Eslabón Perdido.


Ahora si el joven quedó petrificado y sin palabra. ¿Como era posible que aquel hombre conociera sus intenciones más íntimas? ¿No era acaso la búsqueda del Eslabón Perdido algo de lo que unos pocos elegidos tenían conocimiento? Y para colmo estos pocos buscadores tenían escasa información acerca de lo que buscaban. No sabían lo que era, ni donde se podía hallar, ni la recompensa que traería el descubrirlo. Únicamente sabían que era un gran bien perdido para el hombre. Un bien que lograba el entroncamiento de la historia: que aquello que fue, que es y que será quede atravesado y unido por la acción del Eslabón Perdido. La pieza faltante de la cadena humana. El factor esencial que salvaría al hombre postmoderno del auto-arrojo a la nada existencial.


- ¿Como es posible que sepa del Eslabón? ¿Sabe lo que es? ¿Donde está? - El joven estaba desesperado y atacaba con preguntas al anciano de manera frenética. Tres años de búsqueda intensa podían llegar a su fin esa misma tarde en aquel barrio perdido. La emoción que sentía hizo que aferrara con fuerzas las tiras de la mochila que llevaba a la espalda, recipiente de sus escasas pertenencias.


El viejo le sonrió, destapó el termo y comenzó a cebar mate con la parsimonia propia de la edad. Se cuidaba de no derramar agua luchando contra su pulso, que ya no es lo que solía ser. Una vez que hubo terminado extendió la mano ofreciéndole el mate mientras hablaba.


- Se lo que es el Eslabón Perdido y le puedo decir que acá lo puede encontrar. ¿Mate?


El joven desbordaba de emoción por el descubrimiento. Se acabarían los años de caminatas a la intemperie, soportando el frío y el calor, el hambre, los robos, el maltrato, la indiferencia. Por fin había llegado a su destino.


- Bueno ¿Y qué es entonces? ¡Digame! - le respondió impacientemente ignorando el mate que le ofrecía el viejo.


- Descubrirlo, mi amigo, es tarea suya - le sonrió el anciano mientras se llevaba el mate a la boca y el joven lo miraba como si todo el peso del mundo cayera sobre sus hombros.


- Somos como los pájaros en la trampa. Desfallecientes, gemimos por volar. Hasta que la trampa se rompe y escapamos. Volamos hacia la libertad - le explicó seriamente el anciano. Yo no puedo romper su trampa. Debe hacerlo usted sólo. Y por cierto, si quiere romper la trampa, comience a tomar mate.


Continuará.


miércoles, 6 de marzo de 2013

"El domingo fue el día más triste..."

Ésta es la convicción, ésta es la esperanza. Cante el alma de pie, y vuelva a luchar. Dios libera historias.

Carta escrita por una comunidad eclesial de una diócesis del Gran Buenos Aires.

Había una vez un barrio muy pero muy tranquilo. De tan tranquilo llegó a ser aburrido. Hasta que llegaron unos curitas misioneros y nos comenzaron a reunir y a conversar sobre el barrio. Visita va, visita viene y entre mate y torta frita fue llegando la gente. Cada uno con su historia. Los curitas pusieron la Biblia y nosotros nuestra fe. Y así se fueron formando las comunidades... 

Nuestra parroquia se llama Cristo Obrero. Muy humilde. Techo de chapa, las paredes sin revocar (nunca soñamos con algo superior). Eso sí: mucho calor humano. Lugar de reunión de los domingos: la Misa, reunión de formación de Catequesis, Consejo parroquial... ¿Y el resto de los trabajos? Todos en el barrio: encuentros bíblicos en casa de Doña Rosa, misión casa por casa, empanadas para juntar fondos para Doña Juana que está internada, canasta comunitaria para Gustavito que más tarde fallece de un tumor en el cerebro con 19 añitos. Y junto a la vía, Teresa, portadora de sida con ocho criaturas.

- ¿De dónde son ustedes?- nos pregunta la gente.
- Somos de Cristo Obrero -es decir de la parroquia, representada por la comunidad.

Hoy somos un barrio pobre que sufrimos el desempleo, la marginación, la corrupción y lo peor: la violencia.
Jesús un día dejó un mensaje: "Yo soy el camino... la luz... la vida". Pero nos explicó: al que me sigue no le será fácil... Y nos llegó a nosotros.

Un día nuestros curas se reunieron y con mucha diplomacia nos dijeron: - "Ustedes ya maduraron, están unidos, tienen la fe muy clara. Hay lugares donde nos necesitan más que ustedes". Para hacerlo corto: se fueron.

Año 1999. Llegó el nuevo sacerdote. Nos dijo: "Todos los trabajos se hacen en la parroquia. Nada en el barrio. Todo lo que se recaude en la misa de los sábados será para colocar cerámica en los nuevos salones. El techo se cambiará..."

El domingo fue el día más triste. Nosotros que estábamos acostumbrados a compartir el Evangelio con el sacerdote, de ahora en más escuchamos su discurso, según el ánimo que trae.

Eso sí. El altar está lleno de ministros. El cura en el medio. Ahora tenemos un misa parroquial...
Doña Clara nos dice: "el sacerdote nos dijo que no hay más comunidades porque es perder el tiempo".
Nuestro obispo, en una homilía nos dijo: "Ustedes no son asistentes sociales. Uds. Son asistentes espirituales...".

Esto sería largo de contar. Pero podemos decir que no es un sueño, es una realidad. Claro que dimos un paso: no nos podemos quejar porque vamos a tener una parroquia de lujo...
Nos preguntamos: ¿Es que una autoridad eclesial puede romper con todo este trabajo que veníamos realizando?

Reciban un abrazo.

                                           Comunidad Nuestra Señora de Luján


No quisiera agregar mucho más, pero me pregunto... Si "hacer comunidades es perder el tiempo" como dijo este cura...

¿Entonces tenemos que ignorar el surgimiento del cristianismo popular a través del cual el pueblo, marginado en la sociedad y en las Iglesias, expresa su fe y alimenta el encuentro con Dios?
¿Es acaso posible? ¿Será que en Medellín, en Puebla y en Santo Domingo los curas se juntaron a jugar a las cartas?

Perdón, pero ¿como no pensar en un cristianismo comunitario, que tiene en las comunidades cristianas de base su concreción mas coherente? En estas comunidades, ademas de favorecerse la vivencia de la fe como impulso para la transformacion de la vida, se produce el encuentro entre el evangelio y la realidad de injusticia, de donde nace el ansia de liberación.

De las comunidades es desde donde debe surgir un nuevo perfil de cristiano: un cristiano ecuménico, democrático y militante en favor de una nueva sociedad y, dentro de ella, de una nueva Iglesia.

Hace más de 30 años que venimos hablando de Nueva Evangelización sin que el mensaje cale lo suficientemente hondo en el corazón. ¿No nos pide, esta Nueva Evangelización, que el propio pueblo, pobre y creyente, lleve adelante el proyecto del Evangelio y de esta manera ser Pueblo de Dios? ¿No proyecta la Nueva Evangelización una utopía de hombre y mujer nuevos? ¿Una liberación? Entendiendo la liberación como la nueva integración del ser humano en torno a los valores de libertad, creatividad y relacionalidad, elevándolo por encima de todo aquello que lo oprima y lo deshumanice, vamos a tener que aceptar que la liberación evangélica será plena si se articula con la liberación social.
Lo que Dios quiere y ama no es, ante todo, a la Iglesia, sino una nueva sociedad, dentro de la cual debe situarse la Iglesia. La Nueva Evangelizacion sólo sera nueva si es capaz de crear un cristianismo de comunidades. 


"Evangelizar, en algunos contextos, supone salvar la vida de los pobres".

viernes, 15 de febrero de 2013

"La alternativa fue (y es) el barro..."

Pobres son los que mueren antes de tiempo.

¿Se imaginan un Mundo donde quepan todos los mundos? Yo si. De hecho, no sólo me lo imagino. Se que existe. Es una realidad. Una realidad que se hace nueva diariamente en el accionar concreto de algunas personas. 
Creo que este Mundo comienza desde los primeros gesto humanos: la mirada y la palabra. Hay miradas que son serenas, que dan paz; que son como una caricia al alma; que iluminan hasta la oscuridad más densa. Hay miradas que derriban muros sociales llenos de prejuicios y que, al lograr esto, dan paso a aquellas miradas que captan el sufrimiento, la soledad, el desconcierto o el abandono que sufren muchos y muchas.


Porque no podemos permanecer impasibles ante la cruda realidad de la pobreza que azota a tantas personas. Pobres son aquellos encorvados, doblegados, humillados por la vida misma, ignorados, despreciados y estigmatizados por una gran porción de la sociedad. Pobres son aquellos victímas de la estructura injusta y la violencia institucionalizada de la que todos somos partes y que en distinta medida, a veces consciente, a veces inconscientemente, tambien ejercemos. 


La mirada es el primer elemento que nos introduce a esta realidad. Nos sumerge en las primeras líneas de esta historia de injusticia, de violencia y de dolor. Una mirada que genera una responsabilidad hacia el otro que sufre y que me dice hay cosas que definitivamente no deberían ser así y que me mueven a dar una respuesta. 


Y la palabra es el complemento. La palabra es un instrumento muy poderoso que podemos usar para el bien o para el mal. Lo que es indiscutible es que la palabra libera. 


- Hola ¿como andás? - fue el saludo a los pibes sentados en la vía.


- Hola, bien... Gracias por el saludo - fue la respuesta. 


"Gracias por el saludo". ¿Será porque vivimos tan apurados que ni saludamos? ¿O será que, ya casi como una cuestión cultural, estamos acostumbrados a darle vuelta la cara y negarle la palabra y la mirada a las personas de los estratos sociales más bajos? Bueno, fui muy tendencioso con la pregunta. Pero lo cierto es que la frase "gracias por el saludo" encierra otro mensaje de fondo: "Gracias por hablarme, por no ignorarme, por no estigmatizarme ni juzgarme".


La palabra y la mirada sirven a un primer principio movilizador de este Mundo que estoy hablando: la compasión. 


La mirada y la palabra generan compasión. La compasión se despierta en nosotros cuando miramos atentamente a los que sufren. Y por la palabra ingresamos al mundo vital que profundiza la compasión, aquel principio amoroso fundamental.


Lo decisivo no es la teoría, sino la compasión que lleva a ayudar al otro cuando está necesitado. Es el único modo de mirar el mundo, de sentir a las personas y reaccionar ante el ser humano de manera parecida a la de Dios. 
Es el principio de actuación de este Mundo que encierra todos los mundos. Y este Mundo no es otra cosa que el Reino.

El Reino no es una religión. Va más allá de las creencias, preceptos y ritos de cualquier religión. Es una experiencia nueva de Dios que lo redimensiona todo de manera diferente. Podemos decir que Jesús sólo buscaba una cosa: que hubiera en la tierra hombres y mujeres que comenzaran a actuar como actúa Dios.


Porque así es el Dios del que hablaba Jesús. Es compasivo. Es un padre bueno. Dios es un padre que busca orientar la historia hacia la liberación de todo lo que esclaviza y degrada al ser humano. Y la única manera en que podía lograrse esta liberación era pisando barro. Esa fue la alternativa de Jesús ante la violencia institucionalizada que perjudicaba a los más desfavorecidos, a los pobres. Es decir, a aquellos que morían antes de tiempo. Por eso vivió entre ellos y compartió penurias. Por eso se atrevió a mirarlos compasivamente, sanadoramente. Por eso con su palabra sanó corazones y heridas legendarias de tiempos inmemoriables. Porque además de sanar personas y nombres concretos, Jesús sanó la historia. Historia de dolores ancestrales. Jesús pisó barro.

Y Jesús no hizo diferencia de religiones, de partidismo, ni de culturas. Porque en el proyecto de Dios basta con ser humano. Este proyecto, lo único que pide, es una vida más digna y dichosa para todos. El reino es el Mundo donde caben todos los mundos: Acoger el Reino implica poner a las religiones y a los pueblos, a las culturas y a las políticas mirando hacia la dignidad de los últimos.

Actualmente la historia sangra. Se nos muere entra la ignorancia y la violencia. Y no hay otra forma de pensar al Reino que no sea como la restauración de la justicia social. Y eso implica poner todos nuestros esfuerzos en tratar de dilucidar la manera y los métodos de que esa restauración sea efectiva. Muchas veces no es claro. La teoría es perfecta. En los exámenes nos sacamos un diez. Y en la práctica se nos encoge el corazón. Porque a veces no encontramos respuestas, no encontramos caminos.

La violencia de ayer no es la misma que la de hoy, pero nuestro amor si que es el mismo. Se que no es una respuesta muy concreta, pero el amor compasivo es el principio de actuación de este Reino, es lo que nos mueve a acercarnos a la gente con el corazón dispuesto. Es lo que nos anima a relacionarnos, lo que propicia ese encuentro tú a tú donde restablecemos dignidades. Donde la mirada y la palabra expresan, desde lo misterioso y lo escondido, que hay un Dios que desea una vida digna y dichosa para todos.

Si, es cierto, el Reino es una realidad que exige la restauración de la justicia social. Y si contemplamos esta restauración bajo la óptica del amor, descubriremos que la misma debe hacerse a partir del encuentro fraterno, de la historicidad, de la inculturación, de la mirada y la palabra, de la comunión. Todo esto lleva al plan original de Dios : a la liberación, a la humanización, al innegable hecho de que todos debemos ser igualmente dignos.

Creo que allí en el barro encontraremos las respuestas que ansiamos. Y si es que venimos chapoteando desde hace rato sin ver un poco de luz, quizás deberíamos ir más profundo todavía. Con el barro al cuello todavía se puede respirar. Y es lo único que necesitamos.



Solamente cuando la rebeldía está coordinada y encausada en un movimiento de liberación, adquiere la eficacia necesaria para luchar con éxito.

martes, 22 de enero de 2013

"Ni una muerte más..."


“Al que muere entregando la vida no se le puede llamar muerto”.


Basta. Ya está. Desde una primera instancia hay hechos que son inaceptables. Inadmisibles. Que no deberían caber en el espectro de posibilidades humanas. Pero tenemos la costumbre de extender los límites. Pareciera que lo inconcebible debe ser concebible en una sociedad que se acostumbra a la violencia, a la mentira, a la tristeza, a la injusticia… A la muerte.


“Ando calzado. Estoy saliendo a robar”. Mi mirada se pierde en el pibe de 12 años que después de decirme eso me da la espalda y camina por la vía. Estamos acostumbrados ¿no?


“No podía mantenerse en pie de lo drogado que estaba”.  Con 10 años comenzó a destruirse de a poco la vida. Estamos acostumbrados ¿no?


Una pelea entre bandas. Se nos va otro pibe. Con 17 años, toda una vida por delante. Entre la violencia y la inseguridad la muerte nos sonríe. Estamos acostumbrados ¿no?


Acostumbrados y un carajo. Basta. No nos podemos acostumbrar a la muerte. El día que eso pase renuncio a mi vocación y me voy a vivir a la montaña.


Basta de muerte. Basta de gobiernos corruptos que transan con los narcos mientras comercializan la vida de nuestros pibes. Basta de policías que negocian la distribución de la droga con billetes manchados de sangre. Basta de verdades calladas y mentiras gritadas a viva voz.


No es posible cruzarse de brazos. No mientras la ciudad se convierte en un México o en una Colombia. No es posible quedarse quietos cuando vemos como las personas se nos van entre la violencia y las adicciones. No es concebible. No es siquiera imaginable.


Ponernos en movimiento implica hacer una lectura a conciencia de lo que está sucediendo. Hay que actuar. Podemos hacer lo que esté a nuestro alcance. Y, paradójicamente, lo que está a nuestro alcance es aquello que nosotros queremos que esté a nuestro alcance. Conocedores de las consecuencias y de los riesgos, es indispensable que estemos en movimiento. Pensando constantemente. Ideando estrategias para ganarle la pulseada a la muerte. Si no lo hacemos nosotros nadie más lo va a hacer. Ya no podemos esperar que alguien o algo venga a solucionarnos problemas que hace años que nos acosan y que cada día sufrimos con más fuerza.


¿Como es posible que, como dijo el Ministro de Seguridad, no haya en la zona centros de rehabilitación para drogadictos? Rosario ya es una ciudad narco. Tenemos barrios que están metidos hasta el cuello en la droga y otros que van camino a eso. Si esto no se puede solucionar de raíz, al menos se puede prevenir y disminuir los daños.


Lo único que no se negocia es la vida. Y hace tiempo que se viene transando con ella. Por eso la necesidad de decir “basta”. Con la vida no se juega.


La única forma de luchar contra esto es trabajando en red. Uniendo fuerzas y uniendo manos. Si seguimos cada uno en lo nuestro vamos a seguir nadando en un mar de pescadores que echan las cañas por su cuenta y que no tienen la inteligencia de construir un medio-mundo entre todos para pescar mejor.


Hay riesgos. Siempre los hubo y ya están asumidos. Si nos van a matar, que sea cubiertos de barro. Pero quedarnos con los brazos cruzados significaría ensuciarnos las manos de la sangre que odiamos ver perder. Un compromiso nos compele a actuar. Y no sólo un compromiso, sino una fuerza extraordinaria que es imposible ignorar, ya que nos hermana a todos: el Reino.

Poner el corazón y las manos a obrar va a ser el grito que vociferemos como estandarte: Ni una muerte más.