lunes, 3 de diciembre de 2012

"Lo que guarda el corazón..." (La Escuela de la Vida III)


“Sólo el amor engendra la maravilla. Sólo el amor convierte en milagro el barro.”


Debo decir que no me agradan las despedidas. Para nada. Son tristes. Son, en muchos casos, hasta un poco crueles. Aún así tienen algo de fantástico, casi místico. Nos muestran lo que guarda el corazón. Nos traen el pasado, vivo e intenso, ante nuestra mirada. Pasados de alegrías, de tristezas, de esfuerzos, de entregas, de Dios.


No puedo decir que el sábado 1 de diciembre de 2012 fue un día normal en mi vida. Reviví recuerdos demasiado intensos como para que lo sea. De repente ahí estaba el pasado, mirándome a la cara, mostrándome que el presente que vivimos es fruto de una historia que forjamos. Ese pasado que me desafiaba  a contradecirlo, como si yo pudiera negar el camino de sacrificio y de esfuerzo que recorrimos junto a la comunidad de Luján. Ese camino que hemos transitado con profundo amor, codo a codo, hermanados por la lucha y la certeza de que ningún pibe debe sufrir injustamente. Hablo de esas nuevas páginas del libro del Oratorio de Luján que se empezaron a escribir hace dos años y medio y que hoy en día se encuentran repletas de correcciones, de notas al pie, de borrones; pero que constituyen una historia escrita a trazo firme que se sigue escribiendo en el día a día.


El sábado, en nuestra casita de Luján, después de compartir una tarde de fiesta en la plaza de Pocho, celebrábamos y compartíamos los últimos momentos de Choco en el Oratorio. Choco, mi amigo, hermano y compañero. Aquel que transitó este camino con fuerza, empuje y alegría. El que no se desanimaba por nada, el que recorría ranchos visitando familias e involucrándose en sus vidas con verdadero interés. Aquel con el que sufríamos juntos cuando los pibes se “morían” un poco más con la droga. El que nos enseñó a hacer maravillas desde la sencillez.


Choco fue, es y será parte de esta historia. Esta historia que tiene otros nombres que traje a la memoria mientras la celebración se cerraba. Personas que permanecen en nuestros corazones, en el de los pibes, en el de las familias.

Y recordé a David. Mi hermano del alma. El que Dios eligió para dar vuelta la página del Oratorio y empezar a construir de nuevo. El que nos animaba y nos guiaba; el que soportaba toda la presión. El que tenía un corazón de oro para con los pibes. David, Gustavo (otro que estuvo en mi memoria) y yo solíamos recorrer el barrio casa por casa todos los días de Oratorio, mientras nuestras madres/abuelas de la vida, Ana y Raquel nos acompañaban a paso firme y sereno. Esas caminatas por la vía son imborrables. Como las celebraciones en la casa de las familias, los festejos del día del niño y las fiestas patronales.


¿Cuántas risas habré compartido con ellos? ¿Cuántas horas de trabajo? ¿Cuánta vía desandamos?


Con ellos hemos construido. Quizás fue poco, quizás es sólo un minúsculo aporte a la luz de las necesidades del barrio. Pero han dejado una parte de su vida en Ludueña. Han dejado una parte de si mismos en las cruces de Luján. Soy testigo de que han vivido intensamente lo que les tocó vivir. No permanecieron impasibles ante la violencia ni el sufrimiento. Sino que intentaron dar respuesta desde donde podían.

Cada persona de nuestra comunidad ha aportado su parte para poder crecer juntos. Entre todos vamos construyendo un lugar enriquecido por el compromiso y el trabajo de los que hacen del Evangelio un testimonio concreto de vida. Y cuando digo “lugar” me refiero a una palabra que no está escogida al azar. Un lugar no implica únicamente un espacio físico.


Un lugar es un espacio marcado, con límites señalados, que confiere identidad a los que participan de él, o sea, que le da un nombre significativo y que le impone marcas sociales que lo hacen distinto de otros y distinguible por parte de los demás. Es donde se dan relaciones cara a cara entre los distintos miembros. El lugar está fuertemente relacionado con la identidad y con la historia, es allí donde nos encontramos en nuestra plena humanidad.


Luján es un lugar. Que tiene una historia mucho más larga que la que hemos vivido nosotros. Historias de sufrimiento, de violencia, de muerte. Donde seguramente han pasado muchas personas que, abriendo el corazón, dejaron una parte de si allí.


Y entre ellas está Choco y también David. Los que han luchado constantemente para que nuestro “lugar” no se convierta en un “espacio”. Las palabras no me alcanzan y jamás me van a alcanzar. Este es un burdo intento de dar gracias por la vida compartida. De dar gracias porque he visto con mis propios ojos, como han hecho mediante gestos, actitudes y palabras que el barro se convirtiera en milagro. Los he visto amar a los pibes, a sus familias, a los animadores. Y eso lo guardé en mi corazón. Al igual que sus presencias. Porque lo que nos une es de aquí y es eterno. Es el Reino. Es la convicción de que nadie debe sufrir injustamente.


Seguimos compartiendo con los demás animadores esta misión. Somos todos constructores. Pero hoy mis pensamientos están dedicados a aquellos que acompañan a nuestra querida comunidad desde la distancia física y desde la cercanía del amor y la oración.


Habrá más sábado como este seguramente. Días en los que la tristeza se mezcla con esa inexpresable sensación de dar gracias por cada mísero segundo de esta vida. Esos días de los que te das cuenta lo que guarda el corazón.



"Lenteja, parece lenteja, para cuando para cuando se va avivaaaaar. Difícil, parece difícil, pero un día, pero un día lo va a lograaaar". 

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