Atardecía. Los últimos rayos de sol se filtraban por la
puerta entreabierta del precario rancho. Josecito sólo tenía ojos para el libro
que le habían regalado en la escuela el día anterior. Estaba tan distraído que
ni se dio cuenta que uno de los gallos había entrado distraídamente, como quien
no quiere la cosa, dentro de la vivienda. Abrió el libro en una página al azar y
comenzó a leer pausadamente mientras su
papá entraba en el rancho y espantaba al gallo.
Era un relato un tanto corto e intrigante. Josecito estaba
totalmente concentrado en la historia, le parecía fascinante. Al parecer se
trataba de la historia de dos personas que caminaban tristemente de regreso a
su casa y azarosamente (Josecito luego empezó a sospechar que el azar nada tuvo
que ver) se encontraron con un hombre que empezó a caminar con ellos,
escuchando su desazón ante la muerte de quien parecía una gran persona que
ayudó a mucha gente. Desandaron el largo camino hacia su casa y una vez que
llegaron, invitaron a su nuevo compañero de viaje a comer y a pasar la noche.
Josecito pensó que era una actitud un tanto imprudente ¿invitar a alguien que
conociste hace un par de horas a pasar la noche en tu casa? No, señor. Hacer
eso en su barrio era una locura. Siguió leyendo. Los personajes se sentaron a
comer y cuando el invitado tomó el pan… Josecito entornó los ojos para poder
leer mejor pero aquella parte del libro estaba mal impresa. No podía
distinguirlo con claridad.
Notablemente molesto llamó a su papá.
-
¡Paaá! Vení… - lo llamó acongojado.
- ¿Qué pasa Pepe? – le preguntó este mientras
terminaba de secarse las manos.
-
Mirá, acá hay algo que no entiendo ¿qué dice?
El papá tomó el libro que le ofrecía Josecito. Antes de
intentar leer las líneas se fijó en la tapa para ver de qué se trataba.
- No sé, está mal impreso, fíjate. Lo único que
llego a leer dice “y lo reconocieron…” y ahí se pone todo borroso. La verdad
que ni idea.
Josecito tomó el libro y releyó la frase. “Y lo reconocieron…”
Se quedó pensando un rato largo mientras miraba hacia afuera. Contemplaba la tierra de su pequeño patio, los ranchos vecinos y algún que otro personaje que caminaba por las calles. Luego fue a
buscar un lápiz y garabateó rápidamente unas palabras, las miró satisfecho y
sonriendo dejó el libro abierto arriba de la silla.
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