miércoles, 14 de mayo de 2014

"El Oratorio Nuevo..."


Estos tiempos postmodernos (tiempos de exclusión, individualismo, ocultamiento del Otro) nos exigen, no sólo una concepción renovada del oratorio salesiano, sino también una nueva acción pastoral que pueda dar respuestas a los padecimientos de los jóvenes de hoy.

El neoliberalismo arrojó resultados nefastos en Latinoamérica. El mercado le ganó la pulseada al Estado, conformando la temida jaula de hierro que Max Weber anticipaba desde hace casi un siglo. Se exacerbó el individualismo por el ideal de libertad económica y esto generó una inusitada concentración de la riqueza que dio a lugar a un aumento sin precedentes de la pobreza, la indigencia y la exclusión social.

Estos años de neoliberalismo han arrojado, también, como resultado, una democracia política vacía de contenidos y un Estado incapaz de controlar a los mercados y brindar los derechos ciudadanos básicos de salud, empleo, seguridad social y educación.

Pero, ante la ineficacia del Estado, comenzaron a emerger las sociedades civiles. Estas, intentan dar solución a las miserias y problemáticas actuales, es decir, se mueven en el ámbito público, pero fuera del Estado, en búsqueda del bien común. Es por eso que han emergido numerosas ONG’s, voluntariados, grupos organizados alternativos de reflexión, de participación y acción ciudadanas, en movimientos sociales que luchan, en definitiva, por un mundo más sano, un mundo mejor. 

Las personas que constituyen estos movimientos sociales, son agentes que desarrollan su práctica desde lo local, a partir de actividades barriales, populares, parroquiales, municipales, queriendo romper con el paradigma actual del individualismo que se ha globalizado a nivel mundial. 

Dada esta realidad, no es descabellado redimensionar al oratorio como movimiento social, como sociedad civil. De hecho, es necesario, pero incluso con una vuelta de tuerca más. 

Redimensionar el oratorio implica revisar la misión, la metodología y las dimensiones propias de su constitución para traerlas a un renovado presente.  

Pensar la misión nos sugiere preguntarnos por los destinatarios. Si Don Bosco caminara hoy las calles de Latinoamérica ¿dónde se quedaría? 
Es indudable que pensar a los destinatarios de los tiempos de Don Bosco es pensar a los jóvenes pobres de hoy en día, y pobres, en palabras del teólogo Jon Sobrino, “son los que mueren antes de tiempo”. Es decir, todos aquellos jóvenes que están en riesgo, amenazados por la pobreza, la droga, la violencia y la exclusión social.  Estamos hablando de aquellos jóvenes que conocen (porque lo sufren en carne propia) de puños y golpes pero no de bondad y de ternura. Aquellos que no comen todos los días, y que suelen pasar frio. Aquellos jóvenes que se mueren bajo las balas y las drogas de los narcos ante la mirada cómplice del Estado. Es entre estos jóvenes donde Don Bosco se quedaría para ser un padre, un maestro y un amigo. 

Es por eso que al pensar un Oratorio Nuevo, redimensionado, acorde a los signos de los tiempos, en un movimiento social emancipador, es innegociable que este se desarrolle en vistas a la liberación de los jóvenes más pobres de nuestra tierra. 

Al hablar de liberación, nos referimos al proceso de despojarse de todo lo que no deja realizar y sentir pleno al hombre. Es un movimiento que implica la restitución de la dignidad, la aceptación del propio yo, la construcción de un proyecto de vida y el asombroso descubrimiento de que hay un Dios-Amor que me ama. La pobreza reproduce estructuras que aprisionan al hombre, que lo alejan de la liberación. La misión del Oratorio Nuevo es generar espacios y dar herramientas para que el oprimido pueda liberarse de sus cadenas. Esto se da en un proceso tú-a-tú donde todos restablecemos dignidades, donde nadie es más importante que el otro y donde la presencia del Dios que es Amor se hace transversal en toda palabra y hecho.     

De la misión pasemos a la metodología. He aquí la clave fundamental, no sólo del oratorio, sino de todo movimiento social. El Oratorio Nuevo debe ser, antes que nada, encuentro. Encuentro con ese Otro, despojado, olvidado, ocultado por el individualismo globalizado actual, para poder establecer, ya no un monólogo improductivo, sino un dialogo fraterno  que construya subjetividades y que permita, tanto a mi como al otro, introducirme en su mundo, en su historia, en su misterio. Estamos hablando de ese encuentro sincero que surge a partir de la charla desinteresada, de los mates compartidos y de la escucha del Otro. El Oratorio Nuevo nos lleva a forjar una cultura del encuentro. Nos lleva a encontrarnos para celebrar, para apoyarnos en las dificultades, para pensar y generar juntos estrategias de trabajo, para compartir la novedad (que, increíblemente, sigue siendo novedad) de un Dios-Amor. El encuentro es lo que antecede a toda actividad, juego, catequesis y disposición hacia nuestros jóvenes. El encuentro nos permite escuchar verdaderamente al Otro, penetrando en su intimidad, interiorizarnos con sus gritos, con sus dolencias, llegar al corazón. Y una vez que hemos escuchado y nos han escuchado, ahí si será posible comenzar a pensar y generar actividades y propuestas y no seguir reproduciendo aquellas que nacen de nuestros más bienintencionados esfuerzos pero que no tienen asidero en las verdaderas necesidades del Otro. 

La escucha y el dialogo sincero nos ponen ante la evidencia de que el Oratorio no puede circunscribirse a una mera actividad recreativa y catequística, sino que se constituye como movimiento que se inmiscuye y apoya las luchas sociales de nuestros jóvenes. El Oratorio Nuevo debe ser un ámbito de contención que promueva una clara transformación social que encuentra sentido cuando se trabaja con el pobre y desde el pobre. Saber reconocer a los chicos que son víctimas del abuso sexual y de la violencia, trabajar en conjunto con la escuela y con el centro de salud, participar de marchas sociales, pedir justicia por los crímenes que nos tocan desde cerca, organizar espacios de celebración y de encuentro fraterno, son algunas de las tareas de las que debe ocuparse para cumplir su cometido enteramente. El Oratorio es un espacio que, ante todo, debe incluir socialmente. Es un lugar de educación en valores  y en hábitos que se compromete con la vida de las personas.

En esta misma línea, tampoco debemos olvidar que el Oratorio es una expresión de la consecución del Reino de Dios. Y si contemplamos esta restauración bajo la óptica del Dios-Amor, descubriremos que la misma debe hacerse a partir del encuentro fraterno, de la historicidad, de la inculturación, de la mirada y la palabra, de la comunión. Todo esto lleva al plan original de Dios: a la liberación, a la humanización, al innegable hecho de que todos debemos ser igualmente dignos.

Hemos establecido que toda práctica pastoral debe partir del encuentro y de la escucha del Otro. A la luz de este análisis veamos, brevemente, la actualización de las dimensiones propias del Oratorio.

Casa, escuela, patio y parroquia. Son cuatro elementos básicos desde los cuales definimos el concepto oratoriano. En algunos países latinoamericanos, como Colombia, se habla, también, de otras dimensiones: taller y patria.

Es cierto que los cambios en la sociedad han ido transformando ciertos estándares que se tenían por ideales. La configuración familiar “tipo” ya no es la misma que hace algunos años, y esto no implica que sea peor, sino que es distinta. Es por eso que al hablar de la dimensión casa se nos presentan ciertos interrogantes en cuanto a su implicancia, pero lo cierto es que debemos mantener una certeza: el oratorio como casa debe ser el lugar donde el joven se sienta cómodo, donde se halle en un clima sano que contribuya a una educación en valores. El joven debe sentir que el Oratorio es un espacio donde se puede expresar libremente sin temor a ser censurado, donde existe un margen de posibilidad casi infinito para su desarrollo, creatividad y crecimiento. Esto no significa que no deba ser reprendido cuando sea necesario, ya que el clima familiar implica, también, poner límites al comportamiento inadecuado. Ser casa, ser hogar, implica hacer vivencia de una familia que ama, con aciertos y con errores, con virtudes y con defectos, porque tiene de modelo a ese Dios que es Padre y Madre y que nos ama íntegramente, porque es misericordioso (misericordia proviene del latín miser y cordis, que significan miseria y corazón, respectivamente, por eso creemos en un Dios que pone el corazón también en nuestras miserias, acompañándolas y amándolas)

Que el Oratorio sea escuela nos abre un panorama casi infinito. Como movimiento social desvinculado (legalmente) del Estado, el Oratorio se presenta como ente educador informal. No pertenece a la estructura escolar ministerial ni adopta las estrategias educativas propias de la escuela formal. Y es en este punto donde encuentra una riqueza que debe ser explotada. El joven se comporta de manera diferente en el Oratorio que en la escuela; se muestra más suelto, más auténtico y espontáneo ya que el ambiente desestructurado del Oratorio genera una apertura emocional distinta. Aprovechando estas circunstancias, educar en el Oratorio se traduce, fundamentalmente, en aceptar y respetar la vida, empezando por la propia. El testimonio de vida concreto del agente pastoral oratoriano se convierte en la mejor manera de demostrar el amor por la vida. Aquí es donde debe evidenciarse la famosa alegría (y no euforia) salesiana. Aquel que vive con alegría porque ama su vida y la de los demás está demostrando que vale la pena vivir pese a las dificultades y las piedras en el camino. El educador debe ser faro de esperanza, debe contagiar ese entusiasmo por la vida que suscita en el Otro la misma inquietud y el mismo entusiasmo por vivir para generar un renovado optimismo en aquellos jóvenes que se sienten desesperanzados. Educar para la vida implica que todas nuestras acciones y decisiones se vean orientadas por el respeto a mi propia vida y a la del Otro. Implica que la escala de valores (si es que podemos seguir hablando de escala) se configure en torno a la protección y proliferación de la vida. 

Al hablar, hoy en día, del Oratorio como patio, es necesario repensar nuevos horizontes. Quizás esta dimensión podría renombrarse como “calle”. Actualmente nuestros jóvenes pasan más tiempo en la calle que en cualquier otro lado, y es allí donde se relacionan con el Otro, intercambian vivencias, experiencias, forjan amistades, se exponen a la droga y a la violencia, y también sigue siendo el espacio desde donde los jóvenes se expresan a partir del juego; es allí donde se siguen gestando los eternos partidos de fútbol de potrero. La calle es un lugar que implica un conocimiento previo y una preparación ante los acontecimientos que allí se gestan. Es necesario saber “patear” la calle, para hablar el mismo idioma y frecuentar las mismas cosas que frecuentan nuestros jóvenes y así estar preparado ante ellas. El juego de nuestros jóvenes que se da en las calles, también es expresión sincera de su persona y de su vida, y es necesario saber acompañarlo y guiarlo para encausarlo (si es necesario) hacia el beneficio de la vida. El Oratorio Nuevo debe ser un movimiento callejero, que conozca el barrio, que se interiorice sus problemas y que busque, desde la inculturación, respuesta a esas necesidades, que serán descubiertas tras el contacto cotidiano con la gente.      

Últimamente se está hablando de las redes sociales como los “nuevos patios”. Ciertamente son espacios donde se puede estar en contacto con nuestros jóvenes y proporcionan información útil al agente oratoriano. Sin embargo, cabe destacar que en las redes sociales, muchas personas tienden a construir una imagen ficticia de sí mismo, proyectan una figura irreal de la propia personalidad para recibir reconocimiento o como escape de la realidad. Es necesario estar atentos a estos signos que nos hablan de la necesidad de la propia aceptación y la del Otro. 

Decir, en estos tiempos, que el Oratorio es parroquia implica un movimiento novedoso. No quiere decir que, meramente, se habla de Dios o que se aprenden las oraciones básicas, sino que ser parroquia implica la vivencia de un Dios que es Padre y Madre, que es misericordioso, que nos ama. Así es el Dios del que nos habló Jesús. Es compasivo, es un Padre (y Madre) que busca orientar la historia hacia la liberación de todo lo que esclaviza y degrada al ser humano. En el proyecto de Dios basta con ser humano. Este proyecto, lo único que pide, es una vida más digna y dichosa para todos. Este proyecto no es otro que el Reino, aquel mundo donde caben todos los mundos. Acoger el Reino implica poner a las religiones y a los pueblos, a las culturas y a las políticas mirando hacia la dignidad de los últimos. Desde lo sencillo y revelado, desde la palabra de Dios y la vivencia del evangelio como testimonio de vida es desde donde el Oratorio Nuevo se convierte en parroquia. Debemos ayudar a nuestros jóvenes a amar la vida y a respetarla, y de esta manera, estaremos haciendo experiencia, en comunidad, de un Dios-Amor. 

Por último, pensar en las dimensiones de taller y patria nos lleva a reflexionar sobre la importancia de reforzar la cultura del trabajo. Queremos un mejor país, un país que en el trabajo encuentre la dignidad y los frutos del esfuerzo. ¿Cómo podemos ser honrados y activos ciudadanos si nos sentimos despojados de nuestra dignidad? Aprender un oficio implica reconocerse capaz, útil, hábil. Lo necesario es trabajar para que aquella habilidad aprendida quede al servicio del vecino, de la comunidad y, en definitiva, del país. El Oratorio Nuevo no tiene recatos en capacitarse para enseñar a trabajar solidariamente y formar en la cultura del trabajo para un país mejor. 

Concluyendo, estos tiempos nos exigen cambios y replanteamientos; nos exigen coraje. La alternativa del Oratorio Nuevo como movimiento social que camina junto a los más pobres se convierte en una necesidad imperiosa para el futuro de nuestros jóvenes. Estamos ante un movimiento que debe cambiar el paradigma actual; ante la globalización de la individualidad y la exclusión, este movimiento debe generar una propuesta alternativa: la globalización de la solidaridad, un mundo de fraternidad que se haga realidad en la vivencia de lo cotidiano. 

Cabe preguntarse y reflexionar acerca de la magnitud de este movimiento. Podría ser algo dado a gran escala, que coordine y nuclee los Oratorios locales estableciendo bases, criterios y metodologías para ellos, o quizás podría desarrollarse como movimientos sociales múltiples que se hacen carne en pequeñas células de trabajo. Lo cierto es que este tema amerita una seria y detallada reflexión que no vamos a abordar ahora. 

Por otro lado, es necesario ser consciente de algo muy importante: que estos movimientos sociales hayan nacido desligados del Estado, no quiere decir que tengan que permanecer así. Es necesario crear redes y lazos con las demás instituciones gubernamentales para coordinar el trabajo y así ofrecer algo cada vez mejor a nuestros jóvenes. No tengamos miedo de relacionarnos con personas que tengan ideales religiosos y políticos distintos a los nuestros, porque en el fondo, más allá de las motivaciones, todos buscamos lo mismo: una vida digna y dichosa para todos, buscamos que los que no tengan voz la tengan y se paren frente al mundo esperanzadoramente. 

El Oratorio Nuevo exige que dejemos las diferencias de lado, que cambiemos nuestros esquemas y que nos dejemos guiar por Dios Padre y Madre hacia el misterio insondable del amor.   

"No queremos una democracia de participación; necesitamos una democracia de liberación."

Alan Touraine

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